#ElPerúQueQueremos

Dos choros al fondo, yara

Publicado: 2015-09-07


Tomo un carro en el primer paradero que lleva a Lima Norte viniendo desde Venezuela en la San Marcos. Me siento y rápidamente me cambió de asiento pues donde estaba iba incómodo. Ahora no, el viento me da y estoy ligeramente echado, es como un bus cama. Saco mi libro presintiendo que será un viaje productivo pues a estas horas –aproximadamente las 2:00 pm- las vías para el norte no están congestionadas como en las horas pico. El carro sigue avanzando y se suben dos punteros. No recuerdo muy bien en qué momento y lugar pero definitivamente lo hicieron entre el tramo de San Marcos y Colonial. Lo que sí recuerdo es a los tipos. Es el modelo clásico de estos tiempos: ambos vestidos con ropas de “marca” deportivas. Ambos delgados, uno con capucha y otro con gorra. Piel cobriza como la mía y uno de ellos con los pómulos sobresalientes. De arranque uno me mira y, si bien cualquiera puede mirar, uno queda con la impresión: “este huevón es choro”. Se sientan atrás. Otros piensan como yo: de a pocos la gente de esa parte del carro, se mueve hacia adelante. A mi costado se sienta un joven de casaca ploma. No pienso ni un segundo: le toco con el codo. Me mira. Le digo: “¿Choros, no?”. “Sí”, me dice con un gesto. Yo aprieto a mi mochila, y esta se vuelve mi hija. Veo a una persona que se mueve. Es la chica que leía un libro de Walter Riso y que se fue a atrás para leer más cómoda pero que ahora busca un asiento adelante. Detrás de nosotros se sienta –es el penúltimo asiento- un brother. Ya la gente sabe. Hay choros al fondo.  

De pronto me viene una sensación muy incómoda y bastarda. Choros atrás. No es que tenga mucha plata pero la sola presencia y el sentirse intimidado jodía. La gente se había dado cuenta, pero había un silencio de miércoles y ni ganas daban de decirle al cobrador: “Oe compare, mira a quiénes haces subir, hay choros, pe’”. Nada. Cuando este se les fue a cobrar pasaje uno de ellos dijo “Perú”. De inmediato, le hice el habla al pata, que era un san marquino que estudia Derecho, y que de hecho leerá estas líneas. Yo hacía los intentos por mantenerme fresco, pero me di cuenta que me pasé de la raya pues cuando me sonreí al ver la muy grosera manera en que los pasajeros “ejercían protesta” al moverse de los asientos, escuché una risa fingida y altisonante. Sentí que era uno de los choros que se mofaba de la mía intentando mostrar que se las sabía todas.

Cuando pasamos por el Puente Unión saqué mi cara por la ventana y, al ver un taxi, vi el reflejo de uno de los choros en la parte trasera del carro. Cada uno de ellos estaba sentado en los extremos. A decir verdad, esa técnica puede que sea medio cojuda pues de solo verlos nadie osará sentarse atrás. La verdad es que pasando la Av. Perú, el cobrador les recordó su paradero a lo que uno repuso “Mercado” (así todo mandón). Minutos después, uno de ellos se adelantó primero caminado como si estuviera cabizbajo y el otro lo siguió. No robaron nada, pero todos nos llevamos un buen susto. Cruzaron la calle y se fueron en la vía contraria.

-A seguir robando-me dijo mi compañero san marquino.

Así, me empezó a contar de cómo los choros chambean por S/.1000 diarios, cuestión de menos de 8 horas –me comentó-, de cómo se suben a los carros y roban teniendo a un compinche detrás del bus en otro carro para facilitar el escape, de cómo los buses para ganar tiempo se meten por las vías del tren para sortear el tráfico del Puente Unión y, en las horas más trágicas, los choros les roban sus pertenencias a cada uno de los pasajeros sin que el chofer –será huevón- pueda hacer algo. La modalidad, si es que no hace la anterior. Es que los choros te ponen una bolsa y su fierro y te dicen que sueltes todo. Lo peor es que uno no sabe si están drogados o no, pues de estarlo poco les importa que por unos cuantos soles te vayas a la cana, y aún así: los sueltan. En ese sentido, fue muy cauto ante la intervención: porque o te pueden matar o, dos, te pueden hacer un tajo, como el caso de la señora que le advirtió a un desprevenido que le robaban y el choro, en agradecimiento, le tajeó la cara: “Por soplona”.

Ya los choros se han ido y estamos pasando por el Palacio de la Juventud de Los Olivos. Vemos los comercios. ¿Por qué los alcaldes no hacen nada si hay mucha actividad comercial? Poco les interesa, pese a los recaudos. Un bus hace sonar su claxon que rompe los tímpanos, otros carros hacen lo mismo robóticamente y pasan. Pasamos también a un señor que en una avenida vende yuquitas en condiciones insalubres y pasamos también a un malabarista que hace movimientos alucinantes con solo tres pelotas.

Luego le pregunto: ¿Y por qué habrá tanta delincuencia? Él me habla de Las Malvinas, la meca del robo. ¿Por qué si la gente sabe de dónde proviene la mercadería sigue comprando ahí? Me comenta que una vez fue con un pata que tenía más o menos pinta de piraña y los vendedores se le regalaban: “Causa, te compro”, le decían. ¿No se puede empezar por ahí? Recuerdo también que hace tres años fui por las Malvas con un incorregible. Tenía el cabello corto e igual los vendedores se me “regalaban”. Haciendo sumas y restas, el dinero por lo robado te pone la vida cómoda. Entonces viene la noticia, de las que al parecer el compa sanmarquino veía muchas. Me comentó: “La otra vez vi a un choro que se jactaba de ser choro”. “¿Cómo no voy a ser choro si el gobierno no me da facilidades, no piensa en la juventud?”, se excusaba la miseria humana esa. “¿Qué piensas?”, le pregunté yo con un rastro de marxismo ortodoxo cojudo e intento de comprensión más cojuda aún. “Mira, yo te puedo decir que de lo que he visto, muchos de los choros son vagos, son unos flojos, pocos son los que roban por necesidad”. O sea, hay poco Jean Valjean. Puede que sea cierto –mi formación como “científico social” me obliga a decir esto: “puede”-, pero lo vemos en la realidad. Los choros en las calles, andan bien vestidos, bien a la línea. Sus actitudes, las del pendejo, las del fácil, apoyan rotundamente lo que mi compa sanmarquino dice: es cierto, son unos flojos de mierda que se la quieren llevar fácil y por eso roban. Ahora bien, ¿por qué roban? Ese es otro cantar. Pero básicamente ese es el núcleo: roban porque son unos vagos del carajo, pero lamentablemente sigue en pie –quiérase o no- la otra variable: ¿hay oportunidades? Yendo a un plano más serio: ¿Qué #$%& hace el gobierno por la juventud? Hay que ver el contexto también. Esto, por supuesto, no es una forma de rebajarle la responsabilidad al vago de m$%& que es choro.

Mi pata se baja. “Un gusto”, nos decimos. Y el carro sigue su curso. Un chibolo flaquito se sube y yo me palteó. No puede ser. Es un estudiante de la UCH. Me bajo y me siento como un huérfano, lleno de miedo. Sigue en mi cuerpo esa sensación asquerosa de los ladrones.

Llega la noche y aparezco por Dos de Mayo. Veo una patrulla en una de las calles que lleva al Hospital Castilla. Hay policías que paran a civiles intentando hallar a cualquiera que tenga denuncias. Esa es su simbólica forma de combatir la delincuencia. Menudos im$%%&. Le tenía fe a Guadalupe, no quiero perdérsela. ¿Qué tan cagado puede ser que te nombren cabeza de un monstruo degradado por la corrupción y la inacción positiva? No lo sé, sería bueno considerar, empezar a hablar de estas cosas y sobre todo actuar porque los choros seguirán con las suyas-suyas y no serán tan huevones de latear por la ruta en donde estén las patrullas. Por ejemplo, los tombos no se subirán a los carros donde los choros roban hasta sus mil y luego se dan su buena vida. No lo hacen. Por eso estamos en el hoyo y lo poco que quedaba de seguridad en mí, desaparece gravemente.

07-09-15


Escrito por

mirocko

Holi.


Publicado en

El Informal

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