“Y es arequipeño”. La verdad del testimonio. Los familiares ayudan a recordar mejor. El lenguaje, la agencia y sus límites. ¿El perdón como imposibilidad? El libro domesticado. Las preguntas y respuestas. La petición de más preguntas. Una psicóloga: “Maravilla de muchacho".
X


Una vez sentado, los ojos de José Carlos Agüero se pasean entre los asistentes como si buscara a alguien; luego escucha que Javier de Taboada, de la Casa de la Literatura, lo presenta en esta mesa de conversación sobre su libro Los Rendidos. De él se pasa a su compañero de este diálogo de miércoles por la noche: Fernando Rivera, un literato que enseña en una universidad norteamericana. Felizmente, de Taboada no lo presenta con ese sonsonete que es el de enlistar los palmareses académicos de una persona, sino que tras dar su nombre y profesión, se toma su tiempo y exclama“… Y es arequipeño”. La gente primero se desconcierta y luego se ríe. De Taboada da una ensimismada explicación y empieza el conversatorio.

A Agüero le pide que dé una breve introducción al libro y comentarios. Escuchó por primera vez en vivo y directo a Agüero.

Los Rendidos es el testimonio de un hijo que, en palabras del escritor, pone a disposición del lector a sus de padres para que haga lo que quiera con ellos. En su caso, terroristas muertos extrajudicialmente. Es también el intento de superar el tabú de la guerra interna en el país. Agüero da una versión doméstica de sus padres, humaniza a sus padres en el sentido de que ellos le hicieron mucho daño al país, pero también protegieron a su hijo de su misma organización; tenían sus sueños y contradicciones. Ello no debe llevar a pensar, sin embargo, que el libro no es una justificación o relativización de los hechos de sus padres, sino que es el intento de dar luz sobre un proceso en el que se ha impuesto nociones que no pasan de la dicotomía y que nos impiden comprender en su verdadera y real dimensión el problema de la guerra interna del país. Quizá la pregunta que se hace una mujer que odia a Sendero Luminoso desde que perdió a sus padres en el atentado de Tarata en el 1992 da luces sobre la implicancia del texto de Agüero: “¿Es hora de revisar mis pensamientos?”. En cuanto a la forma del libro, el autor presenta sus testimonios, que componen un cuerpo fragmentado, como forma veraz de presentar la historia.


II


Fernando toma la palabra. Le pregunta a Agüero sobre la relación entre testimonio y texto académico que atraviesa su libro.

Es un libro que surge según su propia naturaleza: “de fragmentos”. Pero, si bien es un testimonio de lo que vivió, le sirve para argumentar. “No es un simple anecdotario”. ¿Y qué argumenta? La culpa. ¿Esta se hereda, se comparte? La otra elección de temas que hace como el perdón, el estigma, la vergüenza no son gratuitas ni porque le parezcan académicamente interesantes, las emplea porque hay gente que sufrido. “Estas cosas no son juegos académicos”, dice. Así, reitera cómo el contenido del libro habla de la complejidad de las personalidades senderistas, tan complejas como la de los que no lo fueron, y de las posibilidades que esto nos da para ponernos a dialogar sobre el doloroso y aún abierto proceso de la violencia terrorista.

Fernando leyó el texto hace dos años. Le llama la atención que en el texto aparezcan los familiares dando sus propias versiones de los hechos en los pies de página. El literato le pregunta por qué realiza esto.

Agüero quiere recordar bien, sin trucos. Él pretende ser honesto; igual cuenta, pero al ser este un recuerdo compartido, decide apelar a sus familiares. Cualquier “opinión injusta”, es sancionada por el recuerdo de los otros.


III


Dada la importancia del lenguaje como codificador de una realidad, y dados los muchos lenguajes que han podido darse sobre la guerra interna, Fernando quiere saber sobre su consciencia del lenguaje y la elección que este tiene para contar su verdad en el libro.

Agüero considera que es importante la sensibilidad porque cuando se tocan estos temas se olvida que se habla de gente. Así, se suelen usar frases hechas, un lenguaje duro, pero que no revela y más bien evade la subjetividad o, digo yo, la responsabilidad de quien haya podido tener incidencia de alguna manera en el conflicto: militares versus terroristas. ¿Y el racismo que yo pude manifestar? El lenguaje oficial, por lo menos, no atendió eso.

La pregunta sobre los lenguajes motiva a que Agüero toque un concepto de moda en las ciencias sociales: la agencia. Recuerda que algunos estudios buscan descentrar a la víctima de lo ocurrido. La víctima sufrió un daño, pero tuvo capacidad de hacer. Los enfoques van hacia ello.

¿Pero qué agencias realmente hay? ¿Se ve el contexto? ¿Cómo pensar la agencia en contextos polarizados, en que los actores mataban y luego ocultaban la información? ¿Cómo pensar en los soldados, personas de 17 o 18 años, que recibían órdenes?, lanza preguntas. Para Agüero, esa agencia es miserable, por eso exige que se piense más en el lenguaje que se emplea.


IV


Fernando reconoce lo dicho, habla del discurso de las rondas campesinas pero que estos y otros discursos ocultan que entre las víctimas habían también perpetradores, gente que surcaba por ambos campos. En un contexto así, pregunta, ¿cómo pensar el perdón? ¿Hacia dónde apunta el arte de perdonar?

El dolor y el sufrimiento no son discursos, dice Agüero. Hay gente que ha sufrido de verdad, ¿y a esta gente hablarle de un libro que “humaniza al agente del mal” ´cómo la pondría? El rechazo es comprensible.

Así, estima que el fin no es que se debe perdonar. Eso no, pues hay razones para odiar, para que exista aún resentimiento. “No debemos olvidar que hablamos de gente”, enfatiza. El perdón, será ofensivo. “¡Qué tal raza!”, dice mirando a Rivera, desencajado. Y repite. Que venga a pedir perdón, reconciliación: “¡Qué tal raza!”.

Pero, ¿y si perdono? ¿Qué gano, quién gana? ¿Ganará la sociedad si todos perdonamos? ¿Conozco y perdono? No es tan mecánico. No hay modelos del perdón y la reconciliación. No hay perdones orgánicos, ni dados por decreto como los pedidos de amnistía. No, si el proceso de terror sigue presente, no si hay impunidad aún, prosigue.

¿Pero, entonces, el perdón?

-Seré esquemático, rapidito-dice antes de hablar del perdón.

Agüero lo define como una potente expresión de la libertad. No es una obligación. ¿Pero quiénes son capaces de dar perdón? Agüero considera que las víctimas, pero de estas no todas son iguales.

“Yo soy hijo de senderistas”, aviva la voz. “Mis padres murieron extrajudicialmente”. “¿Políticamente sirve llamarme víctima? Sí”. Y lo es porque esa condición le permite la posibilidad de reclamar por una reparación, por la resolución de una situación producto de la guerra, pero no va precisamente, en su caso, por el lado material. Reconocerse como víctima permite recuperar la dignidad.

Un hombre que ha escuchado detenidamente el diálogo se quiebra ante lo oído: “Qué fuerte…”.

-La dignidad que tanto nos falta-termina de responder Agüero.


V


Fernando se remonta al siglo XIX, en donde el criminal era simbolizado como un ser anormal, de rasgos monstruosos, lo cual era utilizado para legitimar el trato implacable hacia él. El literato empalma: ¿el arte de perdonar sirve para reconocer lo inhumano en lo humano? ¿Qué es parte de nuestra condición?

Agüero lo mira.

-Estás bien filósofo-le contesta entre sorprendido y vacilero.

Este recuerda a sus padres y allegados, pero “no como trozos, sino como gente”. Gente normal, voluntariosa en la idea de generar un cambio. Pero, subraya Agüero, esa misma gente está llena de diferencias, no era ese bloque compacto u homogéneo que hemos aprendido que eran. Distintos son los miembros de Sendero de los 70’s, 80’s o 90’s. Si no, ¿cómo entender a las huestes que entraron a Sendero ya en los 90 después de saber perfectamente lo hechos décadas atrás?, pregunta Agüero. En ese sentido, él está a la espera de una investigación de Dynnik Asencios, en la que el joven antropólogo del IEP indaga por las motivaciones de los que entran a Sendero Luminoso. Es pues, prosigue Agüero, la intención de establecer puentes, ver que, aunque duela, los de Sendero Luminoso no eran tan distintos de nosotros.


VI


Taboada toma la palabra: le pregunta a Agüero sobre qué siente sobre la recepción que ha tenido el libro.

Agüero responde que si el libro ha tenido suerte, eso no es casual, que hay más cosas detrás, que quizá se debe a que el libro es sencillo en su comunicar. También puede deberse a que él no sea un culpable directo, sino un hijo de terroristas. Pero también puede que se deba a que es un tipo “escuchable”. Piensa que no sucedería lo mismo con personas más directamente implicadas. Por ello, está a la espera de las repercusiones que genere un libro escrito por uno de los líderes del MRTA. Por otro lado, le interesa saber que hay gente lo escucha, que va a él. Es más, muchos de ellos están aquí. Agüero nuevamente mira al público como antes de iniciarse esta mesa. A ellos se refiere: ellos me cuentan sus historias a mí. “A mí me dicen: tú vas a entender”. Agüero acoge secretos.

Rivera aprovecha para dar una pregunta más. Le pide su opinión sobre si es funcional o no su libro.

-¿Funcional al statu quo quiso decir?, le pregunto al terminar el conversatorio a Rivera. Sí, pero también si considera a su obra funcional porque logra atravesar varios filtros, como ha sucedido, y llega a una amplia lectoría, me dice. Estos son sus dos sentidos sobre lo funcional.

-Pero pudo escoger una mejor palabra-le observo.

-Sí, eso fue premeditado, quería saber su respuesta.

Al responder, Agüero se remite a su generación para explicar que al tener menos ligazón con la tragedia, tiene más espacios para comunicar su testimonio. Pero luego va al carácter del libro. “Lo diré de manera más brusca: el libro salió domesticado”. Para él no hay problema con eso, “eso es lo que puedo dar”. Pese a ello, el libro ha empatado con la sensiblidad de los otros. Recuerda por ello que hay literatura al respecto, que en Quilca se puede encontrar, que no son malos libros, según dice y sin embargo no se ha oído de ellos.


VI I


Después de que Fernando y Javier hicieron sus preguntas, le toca al público. Un señor de lentes rápidamente va a aspectos estructurales: “Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. ¿Cómo ver eso en el análisis?”. Agüero, lo escucha, interviene en lo que dice el señor. Este cree que lo ha comprendido mal. “Son mis palabras”, lo mira Agüero para apartarlo de cualquier juicio que pueda dar el público. En efecto, comenta que si bien las causas no han cambiado, y que la indignación causada por ello en general siempre es justificada, eso no puede llevarnos a fundar un derecho o legitimar actos. Finaliza: “las causas pueden ser las mismas, pero los sujetos pueden ser distintos”.

Desde atrás se oye una voz para mí conocida, es Azril Bacal, un sociólogo docente de la Agraria. Azril habla de la vocación de reconciliación que hay en Sudáfrica después del Apartheid, comenta sobre los efectos liberadores de la verdad. También habla sobre los conflictos étnicos en las Balcanes, puntualiza sobre un juez de ese proceso para quien hay tres actores: las víctimas, los perpetradores y los testigos. Los primeros quieren reconocimiento y que se les escuche, los segundos que se les libere de la culpa al confrontarse con la verdad. Los terceros, me indica en un correo, son la sociedad civil, la que se ve social y psicológicamente influenciada por los dictámenes de la justicia internacional, sea positiva o negativamente, además de los directamente afectados. Como tercer actor, por ello, la sociedad civil tiene mucho en sus manos: por ejemplo, la capacidad de presionar. O crear condiciones. Bacal clausura: qué bien que haya venido tanta gente.

Más cerca, un señor aledaño a la puerta pide la palabra.

-Iba a ir al circo con mis dos hijos, pero preferí traerlos acá- confiesa. De este modo, felicita a Agüero y le pregunta si tuvo que perdonar a sus padres o si no tiene nada que perdonar.

Una joven de cabello rojizo y voz segura le pregunta si a las víctimas el perdonar les puede parecer injusto. También si solo las víctimas pueden perdonar. Le pregunta también directamente a Agüero, quien ya va tomando notas de lo que le pregunta el público: ¿Tú te consideras una víctima? La joven quiere saber si son banales las performances de algunas organizaciones cercanas a los Derechos Humanos y si después de perdonar sintió alivio, preocupación, o si es un tipo de terrorista biológico.

Una mujer mayor con aires de pertenecer al sector público le pregunta a Agüero si puede haber perdón institucional, también si puede ser la memoria institucionalizada: ¿qué recordar? ¿Qué no? Le habla de la reconciliación, que en nuestro país excluye a los familiares de los grupos subversivos, quienes deben ir a fueros internacionales en estos momentos.

Otro señor de cabello cano le pregunta sobre el perdón teológico. Una joven sentada cerca del señor que iba a llevar a los hijos al circo también pide la palabra. Ella asegura: nadie puede perdonar sin haber perdonado.


VII I

Las preguntas han sido continuadas, sin espacio al respiro. Muchas de ellas han sido muy duras, en tonos muy categóricos, como el de la chica de cabello rojizo. Se siente un ambiente muy cargado, uno puede quedar sin aliento, desconcertado, o tener piedad, como el señor ubicado a mi izquierda, que no ha dejado de hacer comentarios de lo que fue escuchando. Después de escuchar la serie de interrogantes del público, el hombre suspira, se apoya en sus piernas, extenuado: “Pobre hombre, qué fuerte, qué fuerte…”.


IX

 

“Siento defraudarlos”, advierte Agüero ya para responder. No dará respuestas seguras, categóricas, no tiene cómo. Ante las preguntas sobre el perdón, dice: este es gigantesco. Continúa, con rostro tenaz: “Soy una víctima, pero no me siento una víctima. No me educaron así, mis padres murieron en combate”. Él no es víctima, pero eso no importa. A sus padres se les mató extrajudicialmente, a uno en El Frontón, a su madre en la playa. Agüero no pide una reconsideración, no pretende cambiar el curso de la historia de sus padres. Sus padres fueron terroristas, eso nadie lo quita, pero “objetivamente se violaron derechos”. Así, dice que debieron seguir un proceso judicial, pagar por sus acciones, según la justicia lo pudiera haber dispuesto. Ahora bien, Agüero plantea: es oportuno ser víctima, ahora es instrumental. Antes no convenía, uno perdía. Pero ahora cree útil ser víctima para recuperar derechos, es útil también que se discuta si los sujetos pueden perder derechos.

Agüero pasa a hablar sobre las performances banales como terapia. Él indica que se cometió un error de parte de las ONG’s al no reconocer a los terroristas como sujetos, que eso tuvo un costo porque así solo alimentaba el sentido común de que hay gente que no tiene derechos. El Consejo de Reparaciones, claro ejemplo, no defiende a culpables, solo a inocentes. Pero eso tuvo su contraparte atinada. Las ONG’s defendieron a los inocentes cuando otros no lo hacían. Desde esta perspectiva, no puede que la historia de las ONG’s es banal. “Es injusto decir eso”.

La memoria no puede ser institucional, señala. El Estado puede pretender una cohesión, hacerla colectiva, pero eso no pasa ni la memoria puede ser eso. En este momento, Agüero se da un espacio para hablar de su ideal de Lugar de la Memoria. Este debería dar espacios de reconocimiento para la gente. Se haría mal que, en la variedad de discursos, prime el militar. Debe haber una pluralidad, un compartir de experiencias. Entonces, debe interesar más presentar las experiencias, el terror, las decisiones de los militares, de los ronderos, dar a conocer lo que se vivió, lo que se sintió. Pero un momento: eso no pasa, las visiones de los terroristas no se incluyen.

De ahí responde a la joven de lentes. Le dice:

-No se puede afirmar categóricamente “nadie puede perdonar sino ha sido perdonado”.

¿Si uno perdona sin haber sido perdonado? La estructura simplemente se rompe. Y, claro, el perdón dignifica, pero no puede darse así nomás. Sin embargo, se necesita. Pero por el hecho de pedirlo, prosigue, uno no puede determinar cómo será el futuro, no puede por pedirlo plantear mecánicas de reconciliación. “¿Quién tiene claro eso?”.

-Pienso que hay ver vernos como iguales antes-dice.


X

 

Cuando pensamos que ya no había espacio para más preguntas, Agüero mira a Javier, luego al público: “¿Hay más preguntas?”.

Un hombre le pregunta sobre la comprensión y la compasión. Otro le habla directo: ¿sientes que has logrado lo que te has planteado con el libro?

Para el también poeta, comprender es conocer a la gente, y para conocer a la gente hay que aproximarse. Y uno se aproxima de diversas maneras. Y es en esas aproximaciones en que uno llega a parecerse bastante con el otro, dice. “La gente es el reflejo de la otra gente…”. Por ello, hay que mirar a nuestra comunidad.

Pasa a hablar sobre el perdón, que considera como el milagro de la individualidad. Cuenta, por este motivo, una anécdota que le ocurrió el día que presentó por primera vez el libro el en Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Ese día fue una familia a verlo. Al término de la presentación, se le acercó un joven en representación de aquella familia. Este le contó que un miembro de su familia había sido asesinado en El Frontón, que por eso tenían razones para odiar al Estado, al Ejército, a Alan García. Él y su familia vivían con odio, pero al leer el libro el joven sintió que para perdonar no había necesidad de que, por ejemplo, Alan García reconozca sus acciones y le pida perdón. El joven podía perdonar autónomamente y eso lo dignificaba, le hacía cambiar la mirada. Esto parte de una decisión, algo íntimo, que es la voluntad hacia el otro, recuerda Agüero.

-Es exponerse… -complementa por lo bajo, un joven ubicado detrás mío.

Al ser algo íntimo, dice Agüero, puede que esto tenga pocas consecuencias políticas. Se puede hablar de perdón, de diálogo, etc. ¿Pero cómo resolver las cosas si vivimos en un estado de impunidad campante? Pues “la impunidad es sólida… hay gente que la pasa mal…”. Aparece un problema paralelo al del perdón, las condiciones materiales de vida, la fuerza del poder enquistado. Pero ese ya es otro tema.


XI


El conversatorio termina, el auditorio por completo empieza a aplaudir con fuerza. La gente se retira, también se forma una fila para que Agüero hable con los que quieran o firme algunos libros.

Yo me quedo con la cabeza llena de preguntas. De pronto una señora psicóloga que ese día conocí me hace una pregunta que no pude responder.

-¿Tú como antropólogo qué opinas de Agüero?

Le respondí cualquier cosa para escuchar su respuesta a la mía.

-¿Usted cómo psicóloga cómo ve a Agüero?

Este ha hablado mucho del perdón, de la compleja realidad, del uso político de considerarse víctima. Pero no hablo de él ni de cómo se siente: ¿Feliz? ¿Tranquilo? ¿Sin culpa? ¿Qué siente Agüero por dentro?

-Es una maravilla ese muchacho. Yo lo noto liberado-me responde.


10-08-15

Día del conversatorio 05-08-15